Para los padres es difícil precisar el momento en que sus hijos dejan de ser niños y entran en esa compleja etapa de la adolescencia. La alerta aparece generalmente con el despertar de conflictos que van desde intentar desprenderse de las ataduras familiares —demasiado ajustadas en ocasiones— hasta las necesidades de insertarse en el grupo de amigos y vivir la personalísima experiencia de los cambios hormonales que no por silenciosos será menos trascendentes.
Pero si bien es cierto que descubrimos con alegría que llegó el momento en que nuestros hijos necesitan otro tipo de ropa interior o que es preciso aumentar las reservas de almohadillas sanitarias y crema de afeitar pues creció la demanda en casa; no tan sencillo resulta asimilar las “sospechosas” demoras en el baño ni los encierros voluntarios en sus cuartos.
¿Se estará masturbando?
¿Se estará masturbando? se preguntan alarmados algunos padres y esa certeza crece al descubrir que el chico, o la chica, han estado mirando fotos, filmes o revistas eróticas.
La respuesta a esa pregunta probablemente sea afirmativa, y en lugar de alarma, deberían ser los recuerdos los que convendría evocar y a partir de ellos, y de una correcta instrucción acerca del tema, establecer la reacción paterna.
Todos hemos pasado por la adolescencia, es una ruta obligada para llegar a la adultez, y en mayor o menor medida hemos vivido ese instante en que lidiamos entre el temor a ser sorprendidos “in fragantti” y el impulso hormonal que nos lleva a procurarnos placer, ese que solo el sexo reporta.
Valdría detenernos un instante y respondernos preguntas tales como qué nos hubiera gustado que primara en las reacciones de nuestros adultos en ese momento, qué conversación habríamos considerado oportunas, cómo aprovechar esta etapa para estrechar los vínculos con esos chicos que “adolecen” de información, afecto, orientación…
Es cierto que nuestros hijos no tienen por qué repetir nuestro itinerario como tampoco repetimos nosotros la historia de quienes nos precedieron, pero la experiencia —contextualizada, claro está—nos debe servir para enmendar errores y rectificar el camino.
Si está viviendo una experiencia como la que ha motivado estas líneas, me atrevo a sugerirle que intente superar prejuicios con respecto al autoerotismo y sepa que para ambos sexos es esta una práctica útil que podría retardar el inicio de las relaciones coitales, peligrosamente precoces según estadísticas actualizadas, y con ellas los riesgos de alguna infección de trasmisión sexual (ITS) o un embarazo no deseado.
La masturbación además de un valioso ejercicio para conjurar la anorgasmia, podría conceder la jerarquía que el placer individual merece y con ello prevenir frustraciones sexuales en la fase adulta. Comenzar a masturbarse es solo una más de las “conquistas” propias de la adolescencia.
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